4 de octubre de 2018

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La eucaristía hace la Iglesia, la Iglesia hace la eucaristía

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NOTAS PARA EL RETIRO
 Octubre 2018




 La eucaristía hace la Iglesia, la Iglesia hace la eucaristía


En la carta apostólica Dies Domini, Juan Pablo II dice así: “Por esta relación vital con el sacramento del Cuerpo y Sangre del Señor, el misterio de la Iglesia es anunciado, gustado y vivido de manera insuperable en la Eucaristía. La dimensión intrínsecamente eclesial de la Eucaristía se realiza cada vez que se celebra” (DD 32). La relación que tienen la eucaristía y la Iglesia es el motivo de reflexión en este primer retiro del curso. Nosotros, que, por sentirnos parte de la Iglesia en la que entramos por el sacramento del bautismo, nos acercamos al altar del Señor para recibir su Cuerpo y su Sangre, tenemos experiencia del vínculo que existe entre la una y el otro, podemos meditar hoy sobre cómo esa unión tan profunda se realiza también en nuestra propia vida.
Desde aquel primer domingo junto al resucitado, en el que los dos de Emaús comprendieron que la eucaristía les vinculaba directamente con el grupo de la primera comunidad, la primitiva Iglesia, no hay posibilidad de entender la eucaristía fuera del ámbito eclesial. Y, al contrario: sólo dentro de la Iglesia tiene sentido acercarse al alimento eucarístico. El pasaje de los discípulos de Emaús (Lc 24) puede servirnos para la oración de esta tarde, pues ya en aquellos estaba la Iglesia, pues fueron invitados a la mesa del Señor cuando, “sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció de su vista” (Lc 24, 31-32). La experiencia espiritual de la Iglesia nos ha hecho entender que acercarse a la mesa del Señor debe hacerse con una preparación en la escucha y explicación de la Palabra divina, y esa preparación tiene por contenido reconocer la presencia del Señor en el alimento y en la Iglesia que lo entrega. En ambas. La comunión se establece en el alimento con el Señor y con la Iglesia que lo prepara y recibe.

¿Experimento, cuando comulgo, la comunión con toda la Iglesia, o vivo la comunión como algo íntimo y personal? ¿Reconozco en mi “Amén”, un sí no solamente dado a Jesucristo, sino también a la Iglesia, al Cuerpo de Cristo? ¿Es mi deseo, como miembro de la Iglesia que comulga, responder al Señor “Amén”, y junto con Él a la Iglesia y a sus necesidades?

Es una reflexión o una acción contra natura la separación de la Iglesia y de la eucaristía: igual que lo es comprender a la Iglesia de forma reducida, como si fuera solamente un grupo, unos cuantos amigos, el sacerdote o la comunidad religiosa que veo. Por eso, el realismo máximo sobre la eucaristía nos lo da la celebración de la Iglesia, que quiere ayudarnos a levantar nuestra mirada a lo que Dios ha creado, a la Iglesia que ha fundado, católica, diversa y unida a la vez.
Si recorriéramos de memoria, o misal en mano, la celebración de la eucaristía, no nos sería difícil darnos cuenta de la cantidad de referencias que hay a la asamblea reunida, y qué pocas hay a la persona individual. Son el signo evidente de que la eucaristía y la Iglesia están intrínsecamente unidas. La celebración de la misa, de la liturgia en general, no es mía, ni lo es del sacerdote, ni de mi grupo, ni de aquellos a los que yo decido admitir o rechazar: es siempre de la Iglesia, porque es siempre de Cristo. Por eso, en la misa yo encuentro la necesidad de los demás, la necesidad de ver en los otros que el Cuerpo de Cristo existe, y que está formado por multitud de miembros marcados por el don del Espíritu, el don del amor.

¿Deseo en la celebración de la eucaristía estar con los otros, me son indiferentes, me molestan? ¿Mi actitud en la misa es de amor, de amor hacia los demás que celebran conmigo,cada uno con su vida que no conozco? ¿Qué me lleva a la comunión y qué me entorpece para vivirla?

En la misa, todos los saludos del ministro que preside son: “El Señor esté con vosotros”. Las moniciones, también referidas a todos: “Oremos”, “orad, hermanos”. Todos escuchamos la misma Liturgia de la Palabra. Somos invitados a los mismos gestos, a no ir cada uno por libre, para que se vea esa unidad de lo que somos. Por fin, todos comemos del mismo pan y bebemos del mismo cáliz. De hecho, con la fuerza de lo que hemos comido, somos enviados a una misma misión.
Es por esto que la celebración de la eucaristía manifiesta la unidad de la Iglesia. Cuando los cristianos vamos a misa separados, distantes, deseosos de que nadie “nos moleste ni distraiga”, no podemos olvidar que, en el cuerpo, el brazo no se separa del cuerpo porque tengamos un esguince de tobillo. Por eso, la eucaristía manifiesta la unidad de los creyentes, y por eso nuestra participación en la celebración no es individualista, no busca mi propio bien, sino que busca la gloria de Dios y la santificación de la Iglesia.

¿Me fijo en misa en las constantes invitaciones a celebrar como un solo pueblo? ¿Agradezco la presencia de los demás miembros, en los que Cristo se hace presente (cf. SC 7), o más bien me importunan y espero que se callen o se vayan? ¿Me ofrezco y estoy disponible para colaborar en la celebración y mostrar la disponibilidad del creyente, que ejerce su sacerdocio bautismal?

Sin duda que, en todo esto, encontramos no sólo cómo la Iglesia se edifica en la eucaristía, sino también una llamada a que el alimento haga de nosotros una Iglesia viva y decidida, con el convencimiento de que avanzamos juntos y de hacia dónde, en qué dirección, qué es lo que buscamos. Juan Pablo II advierte: “En la perspectiva del camino de la Iglesia en el tiempo, la referencia a la resurrección de Cristo y el ritmo semanal de esta solemne conmemoración ayudan a recordar el carácter peregrino y la dimensión escatológica del Pueblo de Dios. En efecto, de domingo en domingo, la Iglesia se encamina hacia el último « día del Señor », el domingo que no tiene fin. En realidad, la espera de la venida de Cristo forma parte del misterio mismo de la Iglesia y se hace visible en cada celebración eucarística” (DD 37). Así, la Iglesia, como los dos de Emaús, se reconoce pueblo peregrino cuando come el alimento eucarístico. Pueblo que avanza en una dirección concreta, hacia el encuentro con el Señor y la Iglesia.
En la relación entre la eucaristía y la Iglesia, el aspecto de la peregrinación es de gran importancia: esta se enmarca en la Alianza que Dios ha establecido con el hombre, porque sin esa Alianza el hombre camina perdido, sin protección y sin dirección. La eucaristía, alimento de la Nueva Alianza, permite al hombre avanzar al encuentro del Señor, peregrinar, consciente de que ni avanza solo ni avanza sin una meta concreta. El domingo le recuerda todos estos aspectos al cristiano que lo vive en toda su amplitud, con toda conciencia. Por eso, es normal que nos preguntemos también:

¿Soy consciente cada domingo, al ir a misa, de que la eucaristía me dirige en una clara dirección? ¿Puedo decir que toda mi vida se encamina en esa misma dirección, en la Iglesia, en comunión con Cristo, hacia el Padre, o hay lagunas en las que soy incoherente? ¿Vivo la Alianza con el Señor como un lugar de esperanza segura, o esa Alianza no me da la confianza suficiente y busco mis seguridades? ¿Según lo que hago, qué dicen mis domingos que espero?

Al igual que la Iglesia está llamada en el mundo a acompañar a los fieles a la casa del Padre, a entrar en la morada eterna, donde se nos revelará la plenitud del amor, así la eucaristía es el alimento que nos da entrada en el cielo, alimento que realiza lo que la Iglesia busca. Conviene que busquemos también en nuestra vida cómo aceptamos esa puerta que nos abre la eucaristía y cómo la Iglesia acoge y agradece el don del amor de Dios. Dirigirnos a la plenitud del amor se entiende bien si vivimos en el ámbito donde el amor se hace visible, en la vida comunitaria, y con la fuerza del sacramento del amor, en la eucaristía. Tendremos que dejar que el Señor obre en nosotros y nos transforme, en la Iglesia, plenificándonos. Será un buen final del retiro que acabemos agradecidos por lo que la eucaristía hace en nosotros, pues ella nos hace miembros de la pascua eterna por medio del alimento de la vida eterna, de forma misteriosa, en nuestra vida cotidiana.

¿Experimento que recibo vida eterna entre tantas cosas pasajeras que tengo, en la eucaristía y en la acción sacramental de la Iglesia? ¿Vivo la eucaristía como don de amor? ¿Salgo de la celebración de la Iglesia dispuesto a crecer en el amor?

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