27 de septiembre de 2018

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28 de septiembre - Fiesta del Beato Francisco Castelló

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Francisco nació en Alicante el 19 de abril de 1914. Pero de familia leridana. De hecho a madre con los tres hijos, una vez se quedó viuda, volvió a aquella ciudad. Estudiante aventajado del Instituto Químico de Barcelona, se traslada a la universidad de Oviedo para conseguir el título de licenciado en ciencias químicas. En Lérida consigue fácilmente trabajo en un complejo químico. Todo este tiempo lo aprovechó para asumir responsabilidades apostólicas y actividades caritativas. Tanto en Barcelona como en Oviedo, y después en Lérida trabajó incansablemente por acercar a los jóvenes al Señor y por ayudar a niños de barrios marginados en sus estudios más elementales. Primero con los padres Jesuitas, pero luego incorporándose a un grupo de Jóvenes de Acción Católica, manifiesta un gran deseo de vivir cerca de Dios y de servir a los más abandonados. En Lérida comenzó a salir con María Pelegrí, Mariona según su forma de llamarla.

El comienzo de la Guerra Civil le encuentra realizando el Servicio Militar. Tenía 22 años, fue apresado la noche del 21 al 22 de julio. Ante un Tribunal Popular confesó: "Lo referente al delito de ser católico, soy muy a gusto delincuente, y si mil vidas tuviera que dárselas a Dios, mil vidas le daría; así que no hace falta que me defienda".

No murió por cuestiones políticas, por ideología alguna, por defender un sistema. La única razón para morir fue su fe. Su profunda fe en Cristo y su amor a la Iglesia. Tras conocer el veredicto de su muerte, tuvo la oportunidad de escribir tres cartas. Una a su director espiritual, el P. Román Galán, S.J. quien fue compañero suyo de estudios en Barcelona.: "Estoy tranquilo y contento. Muy contento. Espero estar en la Gloria dentro de poco rato. Renuncio a los lazos y placeres que puede darme el mundo y el cariño de los míos. Doy gracias a Dios porque me da una muerte con muchas posibilidades de salvarme". La segunda a su tía, con la que vivían los tres hermanos desde que se quedaron huérfanos, y a sus hermanas: "La providencia de Dios ha querido escogerme a mí para víctima de los errores y pecados cometidos por nosotros. Yo voy con gusto y tranquilidad a la muerte. Nunca como ahora tengo tantas posibilidades de salvación. Ya terminó mi misión en esta vida. Ofrezco a Dios los sufrimientos de esta hora. No quiero que lloréis. Es lo único que os pido. Estoy muy contento". Y la última y más emocionante a Mariona, su novia: "No puedo sentir pena alguna por mi suerte. Una alegría extraña, interna, intensa, fuerte, me invade. Quisiera hacerte una carta triste de despedida pero no puedo. Estoy todo envuelto en ideas alegres, como de un presentimiento de la gloria".

Murió a las pocas horas. A los verdugos les dijo, justo entonces: "¡Por favor, un momento! Os perdono a todos, y hasta la eternidad".

Pío XI, al leerlas, comentó: "No. No puedo desprenderme de ellas. Las cartas de este hijo debe guardarlas el Padre" y completó: "Será este joven uno de los primeros mártires de España y el modelo de los jóvenes de Acción Católica del mundo. Así saben morir nuestros hijos de la noble España".

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