22 de abril de 2015

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Jesucristo, semejante en todo a nosotros

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(Con este retiro iniciamos la publicación de los Retiros impartidos por la Acción Católica General de Madrid en los últimos años. Inicialmente será de periodicidad semanal)


INTRODUCCIÓN

La historia del hombre es también la historia de las grandes hazañas. Todos tenemos presente de un modo u otro a personajes ilustres que han dejado su huella por sus destrezas, hallazgos, descubrimientos... Gracias a ellos la inteligencia del ser humano se va desarrollando y surgen, también, hombres y mujeres a quienes admirar, cuando no imitar.

Esto puede llevar, aunque no necesariamente, a minusvalorar el trabajo y las relaciones corrientes de los hombres normales. Parece que quien no llamara la atención no estaría dando a la sociedad los frutos que se debieran esperar. El esfuerzo diario por sacar a delante las actividades concretas de una vida normal puede no ser tenido en cuenta.

Y esto hasta tal punto que a veces los jóvenes, y los que no lo son tantos, buscan experiencias excitante, algo que 'de vidilla' al quehacer diario. Lo que no tiene algún tipo de aliciente provocativo se convierte en rutinario, aburrido y angustioso.

En la vida de la Iglesia puede ocurrir otro tanto. Así se valora mucho, y se le considera 'cristiano comprometido' a quien hace la hoja parroquial, da catequesis, lee en la eucaristía dominical y/o trabaja en algún tipo de voluntariado de cáritas. Son verdaderos testigos de su fe en la comunidad. Lo cual no es falso, pero siempre y cuando no se menosprecie o se considere de falta de generosidad a quienes intentan vivir su fe, con sus aciertos y fallos, en la familia, en el trabajo, en las pequeñas o grandes dificultades de la vida corriente.

La santidad se confunde a veces con lo extraordinario, lo que llama la atención, lo que provoca una reacción en los demás. Es verdad que, a veces, la santidad nos exige actuar de modo llamativo, y ante circunstancias concretas, a veces, tenemos que hacer alguna 'heroicidad'. Pero la mayor destreza es vivir con entrega y generosidad la vida corriente. Hacer del quehacer diario y normal, un acto heroico. El camino normal que Dios quiere para alcanzar la santidad en la gran mayoría de los casos es buscar la perfección en las actividades habituales del hombre, en el trabajo, la familia, el ocio, el compromiso cívico, las relaciones sociales...

EXPOSICIÓN DOCTRINAL

1. TRABAJÓ CON MANOS DE HOMBRE (GS 22).

Nuestro Señor Jesucristo, comenzó su vida pública cuando tenía más o menos treinta años. Del periodo que va desde su nacimiento hasta este momento sólo sabemos cinco pinceladas: la adoración de los magos y la matanza de los niños cuando tenía aproximadamente dos años, lo que hace que tengan que huir a Egipto; el regreso a Nazaret, unos años después, al morir Herodes el Grande y cuando, al ir de peregrinación al Templo de Jerusalén, el Niño Dios se queda con los doctores de la Ley.

No es difícil comprender que el silencio de la Escritura sobre estos treinta años de la vida del Maestro no son casuales. Este silencio lo quiere Dios. Y es un silencio bien elocuente.

Son treinta años que el Hijo de Dios 'trabajó con manos de hombre, reflexionó con inteligencia de hombre, actuó con voluntad de hombre y amó con corazón humano. Nacido de la Virgen María, es verdaderamente uno de nosotros, semejante en todo a nosotros, excepto en el pecado' (GS 22). Durante todo este tiempo, la mayoría del tiempo que el Hijo de Dios permanece en carne mortal entre los hombres, Jesús de Nazaret, no se distingue en nada del resto de sus paisanos, de su coetáneos. Ejerció el trabajo que había aprendido de José, hizo la vida de familia que cualquier hombre de su tiempo hacía, asistía a la sinagoga con la frecuencia de los hombres piadosos, disfrutaría de la amistad como cualquier otro.

Dios, a través de este silencio nos está hablando. Nos está indicando que el cristiano, discípulo de su Hijo, está llamado a vivir como el resto de sus paisanos y coetáneos, sin distinguirse en nada, buscando la santidad en aquellas ocupaciones nobles que ejerce en su condición de ciudadano, de profesional, de hombre inserto en la familia y en el descanso. Buscar la santidad no significa hacer cosas extraordinarias, fuera de lo común, raras. Lo que realmente es exigente y santificador es hacer extraordinariamente lo que es ordinario. Hacer del cumplimiento de nuestras ocupaciones diarias, normales un momento de encuentro con Cristo.

Como nos recuerda el Concilio Vaticano II (GS 43), el cristiano sabe que el mundo no es su patria definitiva, no es un fin en sí mismo. Pero esto no puede llevarle a desentenderse de él, esperando la llegada del Reino de Dios. Por contra, el cristiano, justamente por saber que está llamado a una vida plenamente feliz, y a construir el Reino en la tierra, se esfuerza más por transformar este mundo según el corazón de Dios. Imbuido en los afanes de los hombres, el bautizado intenta santificar cada una de las ocupaciones nobles en las que se desarrolla su vida. Ahí, donde Dios le ha puesto, encuentra el camino para su perfección e identificación con Cristo. Así se llama la atención a quienes viven el ejercicio de su profesión o las actividades habituales de su vida como si se tratara de algo distinto a su vocación cristiana.

La vida ordinaria es una gran oportunidad para vivir con fe las virtudes propias del cristiano. Y, aunque en alguna ocasión tengamos que actuar con heroicidad por defender la fe o por un servicio a la Iglesia, el camino normal de un Cristiano será vivir con heroicidad las pequeñas y grandes obligaciones y compromisos que todos, como miembros de esta sociedad vamos adquiriendo. Ahí radica la grandeza de la vida corriente, del quehacer diario. Como el Señor, como la Virgen santísima, nosotros procuramos aprovechar cada momento, cada circunstancia para encontrarnos con Dios y servir a nuestros hermanos los hombres. '(El Verbo de Dios) les amonesta, al mismo tiempo, que esta caridad no se ha de poner solamente en las cosas grandes, sino, y principalmente, en las circunstancias ordinarias de la vida' (GS 38).

'Dichosa el alma que descansa in situ Dei, sin pensar en el futuro, sino que procura vivir momento a momento en Dios, sin otra preocupación que la de hacer bien su voluntad en cada acontecimiento' (San Pablo de la Cruz). En las cosas concretas de cada jornada Dios nos va indicando su voluntad. Tenemos que aprender a 'leer' lo que el Señor nos va diciendo en esos pequeños y grandes quehaceres de cada día: 'Bajo sus oscuras apariencias, los deberes de cada instante esconden la verdad de la voluntad divina; son como los sacramentos del momento presente' (J. Maritain).

Para que el trabajo y la vida ordinaria tomen ese carácter sobrenatural y salvífico, procuramos ofrecerlo diariamente al Señor, y no una sola vez, sino que aprovechamos cualquier momento para poner en manos de Dios aquello que está ocupando nuestra mente y nuestro corazón; ponemos rectitud de intención, no buscando nuestra propia gloria, sino la de Dios e intentamos hacerlo con la mayor perfección humana de que somos capaces: ¡es un trabajo que realizamos por Dios y para Dios!

"Como laicos cristianos nos esforzamos por vivir coherentemente nuestra fe, sin dobleces ni disimulos. Todos los momentos son ocasión para ejercitarnos en la fe, la esperanza y la caridad. En todos los ambientes somos testigos de Cristo, luz del mundo (...) Sólo podemos vivir en esta unida de vida, si nos esforzamos por cultivar todo el conjunto de virtudes humanas y cristianas que arraigan en el Evangelio, como la gratuidad, la disponibilidad, la paciencia, el sacrificio, la corresponsabilidad, la pobreza..." (Permaneced en mi amor, 29).

No podemos minusvalorar o despreciar la vida corriente, la que nosotros a veces llamamos 'rutinaria', como si se tratara de algo secundario para quien es consciente de la vocación sobrenatural o de la llamada al apostolado que ha recibido. Esa vocación tanto a la santidad como a ser apóstol se realiza justamente en esas circunstancias cotidianas en las que el hombre desarrolla su vida humana, que es también vida cristiana.

2. EL TIEMPO DE DIOS

Hay algo que para la mentalidad del hombre moderno llama atención de estos años de trabajo silencioso de Jesús. Podríamos llamarlo el tiempo de Dios.

Toda la larga historia de la salvación narrada en el Antiguo Testamento tiene como fin preparar el corazón de los hombres a la salvación de Dios, que ha de llegar en la 'plenitud de los tiempos'. Cuando, por fin, llega, la redención del hombre se toma su tiempo. Así el Redentor, como cualquier humano, permanece nueve meses en el seno de su Madre, y cuando ya se hace presente en la historia de los hombres, espera treinta años para comenzar su anuncio, su proclamación.

Dios no tiene prisa. Lo tiene todo previsto. La salvación llegará cuando sea más oportuno para el hombre. Esta forma de actuar de Dios contrasta con las prisas del hombre de hoy, que busca la efectividad inmediata. La vida oculta de Cristo nos está dando una nueva lección también en el ámbito del apostolado y 'religioso'. Hay que tener paciencia. La semilla siempre da su fruto, pero no necesariamente en el momento que a nosotros nos gustaría, sino cuando Dios lo tenga previsto. No podemos trabajar por el Evangelio con miras exclusivamente humanas, Dios actúa, pero cuando lo cree oportuno.

La oración, el sacrificio y el trabajo de los cristianos son siempre eficaces. Dios siempre escucha la súplica de sus hijos y hace que nuestros esfuerzos tengan resultados positivos en la propagación de la fe y de la Iglesia. También en el camino de la santidad, el Espíritu Santo obra en nuestras almas, tallando en nosotros el rostro de Cristo, pero lo hace con la visión de un Dios que es eterno, que no parece tener prisa. La acción de Dios nos enseña a no ser impacientes, a saber esperar y a perseverar en las buenas obras.

3. MARÍA GUARDABA TODAS ESTAS COSAS EN SU CORAZÓN

Las vidas de María y de José se desarrollan justamente en ese ámbito de silencio y de cumplimiento fiel de sus ocupaciones. Su vocación es bien específica, concreta y única, pero la viven como el resto de los mortales, en donde Dios les ha puesto, sin pretender grandes hazañas por las que todo el mundo les recuerde. Su vida, como nos dice san Pablo, es 'una vida escondida con Cristo en Dios' (cf Col 3, 3).

En ellos descubrimos como vivir con espíritu sobrenatural lo que a los ojos de los hombres que no creen es absolutamente natural. Nunca llamaron la atención por sus costumbres o por actuaciones concretas que pudieron realizar. Como los demás ofrecieron al Primogénito a Dios, ofrecían los sacrificios que mandaba el culto a Dios, asistían al Templo de Jerusalén cuando lo prescribía la Ley de Moisés... y, como los demás, se ocupaban de la familia, de la casa, del trabajo, de los amigos... Es la vida ejemplar de quienes vivían con amor de Dios lo que todo el mundo de sus ambientes vivían.

A ellos nos encomendamos. Que sepamos reconocer a Cristo que pasa a nuestro lado en medio de los quehaceres de cada día y nos ayuden a vivir con espíritu generoso y vida cristiana todos los compromisos, por pequeños que sean, que tenemos entre manos.

EXAMEN

- ¿Valoro el trabajo que realizo cada día? ¿Lo vivo como un momento concreto en el que Dios espera que me entregue a Él?

- ¿Menosprecio, por parecerme 'de poca monta', mis ocupaciones diarias? ¿Las vivo con espíritu sobrenatural? ¿Procuro ejercitarme en las virtudes humanas y cristianas en el cumplimiento de mis obligaciones?

- ¿Descalifico a alguna persona porque no tiene un compromiso concreto de apostolado? ¿Valoro más a aquellos que, al menos aparentemente, se muestran más 'comprometidos' con la Iglesia?

- ¿Me doy cuenta que Dios espera que busque la santidad en mis relaciones familiares? ¿En qué se nota? ¿Cómo lo manifiesto?

- En el trabajo profesional o en el estudio ¿pongo todo el esfuerzo que está a mi alcance para entregarme y exigirme como un buen cristiano? ¿Intento que mis actitudes sirvan como instrumento de apostolado y de testimonio entre quienes me ven?

- ¿Vivo también el tiempo de descanso de cara a Dios? ¿Me dejo llevar por las formas de comportarse de los demás? ¿Ejercito las virtudes también en los momentos de ocio?

- ¿Busco la santidad en las pequeñas obligaciones de cada momento? ¿Miro el ejemplo que me dan la Virgen María y San José? ¿Les pido ayuda para convertir mis ocupaciones en un encuentro con el Hijo de Dios?

TEXTO

"Jesús compartió, durante la mayor parte de su vida, la condición de la inmensa mayoría de los hombres: una vida cotidiana sin aparente importancia, vida de trabajo manual, vida religiosa judía sometida a la ley de Dios (Ga 4,4), vida en la comunidad. De todo este período se nos dice que Jesús estaba "sometido" a sus padres y que "progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres" (Lc 2, 51-52).

Con la sumisión a su madre, y a su padre legal, Jesús cumple con perfección el cuarto mandamiento. Es la imagen temporal de su obediencia filial a su Padre celestial. la sumisión cotidiana de Jesús a José y a María anunciaba y anticipaba la sumisión del Jueves Santo: "No se haga mi voluntad..."(Lc 22,42). La obediencia de Cristo en lo cotidiano de la vida oculta inauguraba ya la obra de restauración de lo que la desobediencia de Adán había destruido (cf Rm 5, 19).

La vida oculta de Nazaret permite a todos entrar en comunión con Jesús a través de los caminos más ordinarios de la vida humana:

Nazaret es la escuela donde se comienza a entender la vida de Jesús: la escuela del Evangelio... Una lección de silencio ante todo. Que nazca en nosotros la estima del silencio, esta condición del espíritu admirable e inestimable... Una lección de vida familiar. Que Nazaret nos enseñe lo que es la familia, su comunión de amor, su austera y sencilla belleza, su carácter sagrado e inviolable... Una lección de trabajo. Nazaret, oh casa del "Hijo del Carpintero", aquí es donde querríamos comprender y celebrar la ley severa y redentora del trabajo humano...; cómo querríamos, en fin, saludar aquí a todos los trabajadores del mundo entero y enseñarles su gran modelo, su hermano divino (Pablo VI, discurso 5 enero 1964 en Nazaret).

El hallazgo de Jesús en el Templo (cf Lc 2, 41-52) es el único suceso que rompe el silencio de los Evangelios sobre los años ocultos de Jesús. Jesús deja entrever en ello el misterio de su consagración total a una misión derivada de su filiación divina: "¿No sabíais que me debo a los asuntos de mi Padre?" María y José "no comprendieron" esta palabra, pero la acogieron en la fe, y María "conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón", a lo largo de todos los años en que Jesús permaneció oculto en el silencio de una vida ordinaria."

Catecismo de la Iglesia Católica, 531-534

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