15 de junio de 2015

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¡HÁGANME EL FAVOR DE SER FELICES! - Mons. Juan José Omella

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Probablemente muchos recuerdan que hace años los responsables de los telediarios terminaran el espacio con estas palabras que dan título a mi escrito: “¡háganme el favor de ser felices”! Seguro que esa exhortación la hacían con la mejor voluntad, pero es obvio que el camino para llegar a la felicidad no se anda solamente con el deseo, propio o ajeno: la felicidad hay que ganársela.

¿Recuerdan el sermón de la montaña? Nos lo cuenta san Mateo con una sobriedad y una belleza espléndidas: “Al ver Jesús el gentío, subió al monte, se sentó y se acercaron sus discípulos, y abriendo su boca les enseñaba diciendo: ‘Bienaventurados los pobres,… los mansos, …los que lloran, …los que tienen hambre y sed de la justicia, … los misericordiosos, … los limpios de corazón, …los que trabajan por la paz, … los perseguidos por causa de la justicia; alegraos y regocijaos porque vuestra recompensa será grande en el cielo” .

Este es el camino para ser felices y no hay otro. Pero debo añadir que en esta vida, y a causa del pecado de origen, felicidad total, esto es, sin ningún atisbo de infelicidad, de sufrimiento, no se da nunca. Y esta realidad es así y con todos: ricos y pobres, jóvenes y ancianos, y aun buenos y malos. También habría que decir que un cierto grado de felicidad sí es asequible y está al alcance de todos, sabiendo que se encuentra al final de una escalera que hemos de subir, escalón a escalón.



El primer peldaño sería el mostrarnos siempre personas muy agradecidas. Hagamos nuestro el dicho que recoge nuestro inmortal Cervantes en “El Quijote “de gente bien nacida es ser agradecida”. Y añade algo menos conocido: “Uno de los pecados que más a Dios ofende es la ingratitud”. ¿En qué ayuda la gratitud a la felicidad? En que la persona agradecida desarrolla un estilo de vida que predispone a la alegría, al gusto por la vida, al afán por compartir con los demás lo que uno es y lo que uno tiene, a disfrutar y admirarse por las cosas pequeñas y los acontecimientos nimios que nos suceden cada día. ¡Felices quienes celebran y agradecen cada pequeño detalle que les regala la vida!

El segundo peldaño vendría a ser el esfuerzo continuado por sonreír, por poner buena cara. ¡Qué jaculatoria más grata a Dios es decirle a menudo, ya desde el punto de la mañana:”Dame, Señor, la fortaleza para poner siempre buena cara”! Si la cara es espejo del alma, una persona alegre, que regala una sonrisa a todo el que encuentra a su alrededor, hace que su entorno sea siempre acogedor, grato y gratificante. Por eso me permito ofrecer un buen consejo, y es el siguiente: cuando te pregunten por la calle, ¿qué tal estás? ¿qué tal van las cosas? responde siempre, y con buena cara, ¡bien, gracias! La cara de duelo, y las contestaciones negativas sin sentido, en las circunstancias normales y corrientes, no conducen más que a la tristeza, a la compasión ficticia e hipócrita, en una palabra, al desaliento. ¡Estemos siempre alegres y mostrémonos así!

Un tercer escalón para alcanzar la felicidad nos lo brinda nada más y nada menos que el mismo Señor Jesús: “amaos unos a otros como yo os he amado”. Todos conocemos sobradamente este mandato de Dios. Y los que luchan y se esfuerzan por vivirlo, de verdad y todos los días, ya tienen y disfrutan un alto grado de felicidad. Preguntadlo a unos padres entregados, a un voluntario volcado en ayudar a los demás, a un misionero, a una religiosa que se desvive por los ancianos y enfermos. Veréis qué cara de felicidad tienen siempre. Felices los que han descubierto que el amor se deleita gozosamente en el trato humano, en el trabajo por el bienestar de los demás, en hacer la vida lo más agradable posible a los que nos rodean.

Que la Madre del Amor Hermoso nos ayude en este empeño.

Con mi afecto y bendición,

+ Juan José Omella Omella
Obispo de Calahorra y La Calzada-Logroño

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