10 de junio de 2015

Etiquetas:

Acción Católica: Vivo y operante sentido de Iglesia

Comparte
Comenzamos hoy con una serie de retiros que fueron propuesto el curso 2001 /2002 que tiene a la Acción Católica General y a su misisón en la Iglesia Diocesana como linea argumental.

INTRODUCCIÓN

Desde hace ya una temporada, la Iglesia española está siendo atacada gravemente. Los medios de comunicación aprovechan cualquier ocasión para mostrar el lado débil de la Iglesia y de sus miembros. Y si la ocasión no se presenta, da igual, siempre puede inventarse alguna.

Es verdad que muchas veces los cristianos no somos capaces de transmitir lo que realmente llevamos en el alma, y en muchas ocasiones vivimos con mucha mediocridad la fe que profesamos con los labios. Se nos exige mucho porque la doctrina que enseñamos es a su vez muy exigente. Hablamos de santidad, de rectitud, de olvido de sí, de entrega, de fidelidad, de lucha, de perdón, de comprensión... y es justamente en estas cosas en las que fallamos muchas veces. Hoy, como siempre, la Iglesia está llamada a purificar su rostro, con más entrega, con más empeño, con más fortaleza.


Sin pretender disminuir la gravedad del pecado de los miembros de la Iglesia, no es menos cierto que las obras buenas de los cristianos son tantas y tan grandes que difícilmente pueden enumerarse. Y aunque hace más ruido el avión que al aterrizar sufre un accidente, la verdad es que la grandísima mayoría de ellos lo hacen con absoluta precisión. La Iglesia, en todas las partes del mundo está ocupada y preocupada en el ser humano, al que, a través de sus miembros, cuida, ayuda, consuela, protege, anima...

Por otro lado, hay veces que los cristianos sufrimos la injusticia del prejuicio, del no darnos una oportunidad, de no poder ni siquiera dar una explicación. Incluso se dan ocasiones en las que se utiliza la calumnia como instrumento de ataque contra la Iglesia. Y contra la calumnia es tan difícil dar explicaciones.

En el momento en el que estamos viviendo, los medios de comunicación influyen decisivamente sobre la opinión pública y se está incitando a un nuevo anticlericalismo en el pensamiento de los hombres y mujeres que puede traer graves consecuencias en un futuro no muy lejano. Ese es el mundo en el que nos ha tocado vivir, y este es el mundo en el que el cristiano está llamado a mostrar un vivo y operante sentido de Iglesia.

EXPOSICIÓN DOCTRINAL

1. LA IGLESIA LA FORMAMOS TODOS.

Está absolutamente trasnochado el planteamiento de pensar que la Iglesia la forman el Papa con los Obispos y los curas y religiosos al rededor suyo. Ya nadie con un poco de formación acepta una simplificación tan pobre y ridícula sobre la Iglesia. Los seglares, y no sólo los que llamamos 'comprometidos', son Iglesia, forman parte de la Iglesia. Y lo son en la misma medida en la que lo son los sacerdotes y religiosos.

Todos los bautizados hemos recibido el don de Dios, y todos estamos llamados a vivir la plenitud de la caridad:

"De todos los que han nacido de nuevo en Cristo, el signo de la cruz hace reyes, la unción del Espíritu Santo los consagra como sacerdotes, a fin de que , puesto aparte el servicio particular de nuestro ministerio, todos los cristianos espirituales y que usan de su razón se reconozcan miembros de esta raza de reyes y participantes de la función sacerdotal. ¿Qué hay, en efecto, más regio para un alma que gobernar su cuerpo en la sumisión a Dios? Y ¿qué hay más sacerdotal que consagrar a Dios una conciencia pura y ofrecer en el altar de su corazón las víctimas sin mancha de la piedad?" (San León Magno, serm. 4, 1).

Desde siempre, y especialmente desde el Concilio Vaticano II, los pastores no han dejado de predicar y enseñar, con afirmaciones claras y contundentes, que todos los bautizados gozamos de una misma dignidad, que sobrepasa toda posibilidad humana: la dignidad de ser hijos e hijas de Dios. Ahí radica la grandeza de la vocación cristiana, no en nuestras capacidades o en el éxito de nuestras obras, sino en Dios que ha querido hacernos hijos suyos, gratuitamente, sin motivo aparente, sin más explicación que su libérrima voluntad. La Constitución Pastoral Lumen Gentium, primer documento del Vaticano II y fundamento de todos los demás, es un canto de acción de gracias al Señor por la Iglesia, por habernos constituido a todos miembros de su Pueblo Santo, por haber puesto en los bautizados la semilla de su gracia, de su ser.

Y en esa voluntad libre y gratuita de Dios nos encontramos todos, desde el Papa, representante de Cristo, sucesor de Pedro, hasta el último de los bautizados, utilizando la palabra 'ultimo' en su sentido estrictamente temporal y en absoluto calificativo.

Todos somos Iglesia. Todos formamos parte de la Iglesia. Y esto es así porque Cristo nos ha incorporado a todos a su persona, a su amor: "En efecto, todos los bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo: ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús" (Gal 3, 27-28).

2. PERO EXISTE UNA DIVERSIDAD DE FUNCIONES.

"Hay en la Iglesia diversidad de ministerios, pero unidad de misión. A los apóstoles y sus sucesores les confió Cristo la función de enseñar, santificar y gobernar en su propio nombre y autoridad. Pero también los laicos, partícipes de la función sacerdotal, profética y real de Cristo, cumplen en la Iglesia y en el mundo la parte que les corresponde en la misión de todo el Pueblo de Dios" (AA 2).

San Pablo de modo bello describía la Iglesia como 'cuerpo de Cristo', en el que siendo absolutamente uno, hay diversidad de funciones y de organismos (1 Cor 12,12). Ninguno de ellos por sí mismo es el cuerpo, ni el cuerpo tiene perfección si le falta alguno de los miembros. Así en la Iglesia todos somos importantes pero ninguno por sí mismo es 'la Iglesia'. Cada cual debe cumplir con su función, puesto que de no hacerlo nunca nadie podrá dar cumplimiento a lo que le correspondía, pero tampoco se deben confundir las funciones, ni pensar que hay unas más importantes que otras.

Todos somos Iglesia, y todos formamos parte de esta Iglesia, pero cada uno debe ocupar su lugar y cumplir con su misión. De este modo todos ayudamos al crecimiento y fortalecimiento de la Iglesia, todos hacemos posible que la Iglesia de los frutos que se esperan de ella, todos nos ayudamos mutuamente.

Hay quienes se valen de la afirmación de que todos somos Iglesia para justificar una pretendida igualdad entre todos los bautizados. Sí que todos somos Iglesia, pero cada uno ejerce una función dentro de ella. "Hay diversidad de carismas, pero el Espíritu es el mismo; diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo; diversidad de operaciones, pero es el mismo Dios que obra todo en todos. A cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para provecho común" (1 Cor 12, 4-7). Jesucristo instituyó a unos como apóstoles, y de entre los doce, tuvo a tres especialmente cerca, y fue a Simón a quien le puso el sobrenombre de Pedro, y le encomendó fortalecer la fe de sus hermanos, y apacentar a su rebaño. Así lo entendieron desde el principio el resto de los apóstoles, y los que les sucedieron. Así lo vivieron los primeros cristianos cuando se constituyeron las comunidades apostólicas. Así lo han vivido los santos y santas que a lo largo de la historia de la Iglesia han procurado, y han conseguido, ser Iglesia allí donde el Señor les ha ido poniendo. Todos somos Iglesia, pero no todos tenemos la misma función dentro de ella, y ayudándonos unos a otros y fiándonos unos de otros, y rezando unos por otros... ¡todos hacemos crecer a la Iglesia, pueblo de Dios!

3. CORRESPONSABLES DE LA ÚNICA IGLESIA.

La diversidad de carismas y de funciones no implica que unos sean más imprescindibles que otros, o que unos tengan mayores responsabilidades que otros. Cada uno en su lugar debe sentir la responsabilidad de toda la Iglesia. Por la Comunión de los Santos nos sabemos ayudados por los demás, pero también queremos fortalecer a los demás. Con el cumplimiento fiel de nuestras obligaciones, y con la búsqueda personal de la santidad todos nos apoyamos unos a otros.

No podemos dejarnos llevar por la idea de que sólo los que forman parte de la jerarquía tienen que cumplir bien con su ministerio. Ni hacerles a ellos los únicos, ni siquiera los más importantes, responsables de la actividad de la Iglesia. Nadie en su persona es imprescindible, pero todos somos necesarios. Como en el organismo humano en el Cuerpo de Cristo estamos todos ensamblados para que la Iglesia funcione según el querer de Dios.

La importancia de los miembros no se mide por la representación pública, por el éxito de la persona, por los frutos visibles de los trabajos. Las religiosas encerradas en un monasterio y dedicadas a la oración, los misioneros que están en Tanzania, la madre de familia cristiana, la preocupación pastoral del Obispo de cualquier diócesis del mundo... cada cual en su lugar, en su trabajo, cumpliendo con amor y fidelidad sus quehaceres, a veces grandes, pero normalmente menudos y sencillos, construimos la Iglesia.

4. EL MIEMBRO MÁS EXCELSO DE LA IGLESIA

Si como se ha venido diciendo la grandeza de quienes pertenecemos a la Iglesia está en lo que Dios ha hecho con nosotros y no en nuestra misión concreta dentro de ella, hemos de afirmar que hay un miembro de la Iglesia que destaca ante todos los demás. Es aquel que Dios mimó de un modo más delicado. Al que concedió gracias y dones que superan la capacidad personal de cualquier criatura. Es aquella en quien Dios, desde los mismos comienzos pensó para hacer presente en este mundo al Redentor.

Se trata de María, a quien la Constitución Pastoral anteriormente mencionada, Lumen Gentium, denomina tipo de la Iglesia, esto es imagen en la que cada uno de los cristianos y todos juntos nos miramos para descubrir la voluntad divina, para intuir lo que aspiramos llegar a ser, con la ayuda de Dios, algún día.

Nos encomendamos a ella. Le pedimos tener ese 'vivo y operante sentido de Iglesia' que nos ayudará a vivir con alegría nuestra responsabilidad de militantes cristianos.

EXAMEN

- ¿Conozco la Iglesia? ¿sé lo que es la Iglesia tal como la ha constituido nuestro Señor Jesucristo?

- ¿Me doy cuenta de que debo ser miembro activo de la Iglesia? ¿soy consciente de que formo parte de ella? ¿de que no soy un miembro de segunda categoría, porque de hecho no existen ese tipo de miembros?

- ¿Rezo y me mortifico por la Iglesia? ¿Me preocupo de los demás miembros de la Iglesia? ¿Valoro el trabajo de las y los religiosos, de los y las misioneras, de los enfermos, de los sacerdotes, de todos los demás seglares?

- ¿Vivo con espíritu de entrega mi condición de militante cristiano? ¿Me tomo en serio mi vocación? ¿Sé que de mí depende también el resto de la Iglesia?

- ¿Defiendo con valentía las enseñanzas de la Iglesia? ¿Procuro hacer fácil y comprensible la fe? ¿Hago problema de las cosas que enseña la Iglesia?

- ¿Me siento responsable de la marcha de la Iglesia? ¿valoro la confianza que Dios ha depositado en mí para poner en mis manos el peso de la Iglesia? ¿correspondo con alegría a esta responsabilidad?

- ¿Invoco a María en mis problemas? ¿la contemplo como ejemplo y como imagen de lo que pretendo ser todos los días de mi vida? ¿Le pido por las necesidades de la Iglesia?


TEXTO

EL CARISMA DE LA ACCIÓN CATÓLICA

Es un "sentido de Iglesia"

14. El carisma de la Acción Católica es un don del Espíritu Santo que se manifiesta en un vivo y operante "sentido de Iglesia" (Pablo VI, 7-XII-1963). Ese sentido de Iglesia hace sentir como propia la realidad total de la Iglesia, y como una verdadera necesidad de colaborar en la misión de Cristo Cabeza y de su Cuerpo místico (ES 1; ChL 24).

La vivencia de esta misteriosa realidad del "Cristo total" lleva a una comprensión de la Iglesia:
a) en su dimensión jerárquica, de donde nace la peculiar adhesión de la Acción Católica a la Jerarquía,
b) en su exigencia misionera: de donde brota el carácter apostólico de la Acción Católica y el compromiso coherente y abnegado de sus militantes,
c) en su realidad comunitaria por lo que la Acción Católica se siente especialmente convocada a colaborar en la construcción de la comunidad eclesial y de la comunidad humana,
d) en su radicalidad "neumática", esto es, conocedora de que el Espíritu Santo es quien guía la Iglesia y le concede una gran diversidad de carismas, la Acción Católica colabora con todos los cristianos en la edificación del Reino de Dios. La vivencia de la vida del Espíritu le ayuda a resolver las 'antinomias' o contradicciones aparentes de la Iglesia: su santidad y el pecado de los que la formamos; su constitución, simultánea, como institución jerárquica y carismática; su realidad espiritual y, a la vez, social; su fin transcendente y su compromiso por el hombre... Sólo entonces puede el cristiano realizar una tarea apostólica fecunda y una renovación auténtica de la Iglesia (Cf. ES 1).
e) en su dolorosa realidad de ruptura que le confiere una constante actitud ecuménica, sabiendo que "con el Concilio Vaticano II (Decreto Unitatis Redintegratio) la Iglesia Católica se ha comprometido de modo irreversible a recorrer el camino de la acción ecuménica, poniéndose a la escucha del Espíritu del Señor que enseña a leer atentamente los 'signos de los tiempos'(UUS 3). Será con la oración y el 'diálogo de conversión' como intentemos acelerar la hora de la reconversión de la unidad" (Ibid 21-23 y 82).

Este carisma se vive por su actitud de disponibilidad

15. Exigencia primordial y manifestación de este carisma es una plena y peculiar disponibilidad "para aceptar con filial prontitud lo que la jerarquía juzga más conveniente y lo que la necesidad de los tiempos impongan, sea atrayente o sea ingrato" (Pablo VI, 8-XII-1968).

Bien entendido que esta disponibilidad no es pasividad o simple espera de unas exigencias dictadas por la realidad o de unas disposiciones de la Jerarquía.

Nace esta disponibilidad del "carácter libre y voluntario de sus miembros" (Ibid). "La Acción Católica es una actividad facultativa" en la que se da "libertad de entrega, pero seriedad en el compromiso". La propia conciencia de cada militante iluminada por la fe y transformada por ese don del Espíritu Santo que constituye el carisma específico de la Acción Católica le lleva a ofrecerse generosamente al servicio de la comunidad presidida por los que el mismo Espíritu Santo ha elegido (Hch 20, 28). Para llegar a este compromiso, el cristiano debe tomar una decisión firme y responsable después de un periodo de iniciación en el que se profundice en el conocimiento de la Acción Católica General.

Esta disponibilidad "no priva a los seglares de su necesaria facultad de obrar por propia iniciativa" (AA 24a). Por eso la Acción Católica General tiene dirigentes propios seglares, con responsabilidad propia en cuanto a examinar, discutir, deliberar acerca de los diversos asuntos de su programa de acción (Cf. Pablo VI, 12-IV-1964).

Fruto de esta disponibilidad es la actitud de obediencia de todos los militantes a la Iglesia, representada en sus pastores, y a los dirigentes del movimiento. Esta obediencia se vive con el deseo de servir mejor a los hombres nuestros hermanos, y de modo inteligente, esto es, poniendo todos los recursos humanos de que contamos para llevar a cabo lo que la asociación nos pide.

Ideario de la Acción Católica, 1997

0 comentarios:

Publicar un comentario