27 de mayo de 2015

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Jesucristo. Pasó haciendo el bien.

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INTRODUCCIÓN

Todos reconocemos como parte de los grandes avances de la mentalidad del hombre de hoy, y quizá de un modo más acusado en los jóvenes, es la sensibilidad por los derechos humanos. Las manifestaciones de todo tipo a favor de la dignidad de todos los hombres, del respeto por los más desfavorecidos, de los derechos de los inmigrantes...

Son signos de una nueva forma de vivir y asumir la grandeza del hombre, de todo hombre. Multitud de ONG's surgen por doquier que aportan médicos, técnicas, medicinas, dinero, voluntariado asistencial, materiales de construcción... a los más pobres o a quienes viven en lugares de verdadero subdesarrollo. Junto a estos organismos hay hombres y mujeres que aportan ideas nuevas y denuncian situaciones críticas. Algunos de ellos son galardonados por su espíritu de lucha por un mundo mejor y menos discriminatorio.

Muchos personajes de la historia son conocido por las mismas razones, y aunque pasan a los libros como personas concretas, lo que queda realmente sembrado en el corazón de los hombres son sus ideas, su pensamiento. Poco a poco esos criterios se van haciendo patrimonio de toda la humanidad, que integra en su modo de actuar los criterios de estos luchadores.

Cuando pensamos en Jesús de Nazaret tenemos el peligro de reducirlo a una serie de pensamientos muy valiosos y hermosos capaces de revolucionar el mundo en el que vivimos. Es indudable la influencia del pensamiento cristiano en el mundo, especialmente en el occidental, aunque muchos se esfuercen por esconderlo o ignorarlo. La enseñanza de Cristo está presente en los criterios concretos del comportamiento del hombre. y como para muestra bien vale un botón, la carta de los derechos humanos sin ir más lejos sirve de ejemplo de esta afirmación

Pero Jesús de Nazaret es algo más que unos criterios o pensamientos. Es mucho más que unas ideas por bonitas que estas sean. Él transmite una vida nueva, su misma vida a los hombres. Él no busca tan sólo la lucha por unos ideales nobles y convincentes. Él nos pide que le sigamos, que le acojamos, que le tengamos como el Salvador, como el Mesías, como el Señor. Toda la vida pública de Jesús consistió en llamar al hombre, a todo hombre, a su seguimiento. Él predica la salvación del genero humano, y para ello nos dice que Él es el camino, la verdad y la vida.

EXPOSICIÓN DOCTRINAL


1. CONVIENE QUE ME ALOJE EN TU CASA.

La militancia cristiana no consiste meramente en la aceptación gozosa de un ideario, a modo de carta magna; y mucho menos a vivir conforme a una reglamentación muy precisa de comportamiento. Jesús nos llama a poner nuestros ojos en Él.

La predicación del Señor durante su vida pública puede reducirse a la invitación hecha a los primeros discípulos: 'ven y sígueme'. Cuando los discípulos de Juan el Bautista se acercan a Él y le preguntan donde vive, el Señor no responde con teorías ni con doctrinas: 'no lo leáis ni lo escuchéis solamente, vividlo y tened vosotros mismos la experiencia' (Permaneced en mi amor, 16).

Jesús predica el amor de Dios por el hombre que tiene como manifestación más clara y patente su misma persona: 'En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios mandó a su Hijo único para que vivamos por medio de Él' (1 Jn 4, 9). Por eso sus palabras no se reducen a indicar un camino a seguir, sino que nos invita a acogerle a Él. Sus seguidores, sus discípulos buscan la identificación con Él.

'Venid a mi los que estáis cansados y agobiados que yo os aliviaré' (Mt 11, 29); 'ven y sígueme' (Mt 19, 21); 'Permaneced en mí y yo permaneceré unido a vosotros' (Jn 15, 4); 'permaneced en mi amor' (Jn 15, 9); 'aprended de mi que soy manso y humilde de corazón' (Mt 11, 29)... Estas son algunas expresiones del Señor que suenan en sus oyentes a algo nuevo, El Maestro se pone a sí mismo como medida de su obrar y pensar. De hecho llega a decir: 'Sin mí no podéis hacer nada' (Jn 15, 5).

Exige una adhesión completa su persona. No es un profeta más, no es un líder con gran capacidad de atracción: Es el Salvador. Es el Hijo de Dios. 'Ya no buscamos a Dios a oscuras como guiados por un presentimiento, sino que ahora por medio de la confianza de la fe, respondemos a ese Dios que se nos revela. Más accesible para unos, más escondido para otros, invitándonos a reconciliarnos con él gracias a su perdón, prometiendo no abandonarnos nunca' (Permaneced en mi amor, 10).

2. EL REINO DE DIOS ESTÁ CERCA

Junto a la invitación personal a seguirle, el Señor realiza unas obras que atestiguan su autoridad. 'Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis, pero si las hago, aunque no me creáis a mí, creed por las obras' (Jn 10, 37-38). Sus palabras quedan avaladas por los milagros, por las curaciones, por la resurrección de los muertos, por la expulsión de los demonios.

Esas acciones de Dios en Él son la muestra de que Él es el Mesías, con poder para expulsar el pecado del hombre. Así ante la falta de fe de los judíos cuando perdona los pecados del paralítico, le sana de su enfermedad como testimonio de su poder divino (Cf. Mt 9, 1-8).

Todas estas obras que Él realiza indican que el Reino de Dios está en Él. Cuando el anuncia la proximidad del Reino de los Cielos, se está proclamando a sí mismo como ese mismo Reino que viene a los hombres para liberarlos del mal. No hace milagros para satisfacer curiosidades ni en beneficio propio. Sus obras provocan o fortalecen la fe de quienes le escuchan, le proclaman Hijo de Dios. Aun así algunos se escandalizan de su modo de actuar (Cf. Mt 11, 6) y no creen (cf. Jn 11, 47-48).

Jesús a través de los milagros no pretende engañar a los que le ven, prometiéndoles un mundo sin injusticias, enfermedad o muerte. Son simples signos del poder de Dios, de su ser el Mesías. Pero no ha venido a liberar al hombre de todos sus males. Jesús ha venido a abolir la ley que atenaza la vida del hombre en esta tierra, la ley del pecado, de la esclavitud del demonio, que no permite al ser humano descubrir su vocación a la filiación divina y es causa de toda servidumbre.

Son un anticipo de la victoria final de Dios sobre el demonio, el pecado y su principal consecuencia, la muerte. Con la llegada del Reino, esto es con la venida de Cristo ha sido derrotado el reino de Satanás. El hombre renacido en las aguas del bautismo, incorporado, por lo tanto, a Cristo, es un hombre nuevo, no sometido al poder del maligno, que tiene toda la fuerza de Dios para vencer la tentación y el pecado, para no dejarse esclavizar por el poder del demonio.

Por eso el Señor se hace especialmente accesible a los que sufren de cualquier forma. Todo sufrimiento, corporal o moral, es resultado del pecado del hombre, que le niega la verdadera libertad. Jesús, como Médico no ha venido a buscar a los sanos sino a los enfermos, como Redentor tiene especial predilección por los pecadores (cf. Mc 2, 17). En ellos se manifiesta mejor la libertad que Jesús ha venido a traer a los hombres, la libertad que compró a costa de su vida, la libertad de los hijos de Dios.

3. CONVIÉRTETE Y CREE

Ante la llamada de Jesús el hombre tiene que optar. Es libre de asumirla o de rechazarla, pero no puede evitarla. 'Él se acerca y nos hace un ofrecimiento. Nuestra respuesta de fe ante el amor de aquél que se ha despojado de su rango de Dios y ha entregado su vida por nosotros, se hace de una vez y para siempre. Aunque a lo largo de nuestra vida, a cualquier edad, hay que atravesar horas de duda, de desánimo, de oscuridad, siempre hay un camino al que retornar: crecer en Dios hacia un amor más grande, más puro, más limpio; adentrarse en él y permanecer en su amor' (Permanecer en mi amor, 11).

La vida, una vez que se ha producido ese encuentro con el Señor, se va configurando según su voluntad sobre nosotros. Seguramente el seguimiento a Cristo no nos hace cambiar nuestra vida de un modo radical: seguiremos viviendo con nuestra familia, trabajaremos o estudiaremos como hasta ahora, buscaremos momentos de descanso y de relación con otros amigos... Pero debe cambiar nuestra forma de vivir esa vida concreta. Descubrimos que en esas cosas de cada día el Señor nos llama a entregarnos y a vivir según sus mismos sentimientos. Aceptamos nuestra vida como una verdadera vocación: lugar donde el Señor se hace presente y me busca. Las cosas concretas de cada día adquieren una dimensión nueva, ya nos sólo tienen altura y anchura, adquieren profundidad, porque en cada una de ellas nos sentimos comprometidos a vivir según el Evangelio y a implantar el Reino de Cristo.

Es verdad que todo encuentro con Jesús nos lleva necesariamente a la conversión. Por eso el Señor comienza su vida pública invitando a la conversión y a creer en Él. Jesús, que es la luz que ilumina nuestros pasos, nos hace ver, con nitidez, nuestros errores pasados, nuestras fragilidades presentes y nos exige el arrepentimiento y la reparación. Ante Él nos vemos tal como somos, con nuestras miserias y limitaciones. Pero su gracia nos ayuda y nos anima para que no nos dejemos llevar por la tristeza o el desánimo. Nos perdona con misericordia y nos da su vida para que cambiemos el rumbo.

Por eso el discípulo de Cristo no es mejor ni peor que el resto de los mortales, pero sí tiene una cosa que le distingue: su deseo de cambiar, de mejorar, de superarse. Ese deseo se concreta en el sacramento de la penitencia, en el que Cristo, como buen Pastor, nos recoge en sus hombros y nos purifica de nuestros pecados; y en el propósito de enmienda, es decir, en la lucha diaria para evitar nuevas ocasiones y dar al mundo las gracias que el Señor nos ha concedido.

Esa es la conversión de los hijos de Dios. Ese es el comenzar y recomenzar diario que un hombre o mujer de Dios intenta vivir todos los días con espíritu firme y decidido. Ese es el primer fruto del encuentro con Cristo en nuestra vida.

4. MARÍA, LA PRIMERA DISCÍPULA DE JESÚS

Al finalizar este retiro, tiempo que hemos dedicado a meditar, a esta con el Señor, nos acordamos de la Virgen María. Ella no es sólo la Madre del Señor, es también, como afirmó Juan Pablo II, la primera discípula, la primera en acoger en su corazón la palabra del Señor, y hacerla vida.

A los que seguimos, aunque con deficiencias, las huellas de su Hijo, nos sirve de referencia su ejemplo. Y a los que nos sentimos frágiles y pobres en nuestro deseo de ser fieles al Señor su presencia nos consuela y anima.

EXAMEN

- ¿Vivo la vida cristiana como una vocación? ¿Me doy cuenta que todo lo que hay en mí es importante para Dios? ¿Acepto con agrado que el Señor me exija a vivir con verdadero espíritu evangélico mis quehaceres ordinarios?

- ¿Busco lo primero de todo el Reino de Dios y su justicia? En mi vida concreta ¿Ocupa Cristo el primer lugar? ¿Le tengo presente en mis decisiones y en mis ocupaciones? ¿Le dedico a Él un rato cada día?

- ¿Me planteo mi vida de fe como algo costoso, arduo y lastimoso? ¿Me doy cuenta que ser cristiano no es un mero cumplimiento de unas determinadas normas de conducta o un aceptar una serie de principios filosóficos y teológicos, sino un seguimiento libre a la persona de Cristo?

- ¿Soy consciente del privilegio que tengo de haber sido llamado por Dios a seguir las huellas de su Hijo? ¿Se lo agradezco con frecuencia? ¿Le pido ayuda para hacerlo con verdadero amor?

-Como cristiano y como militante de Acción Católica ¿Intento implantar el Reino de Dios, es decir el amor de Cristo, entre los hombres, en el trabajo, la familia, los amigos, los vecinos y conocidos? ¿Pongo los medios para que quienes me conocen se encuentren también con el Señor?

- ¿Vivo con el espíritu de conversión que el Señor nos exige? ¿Procuro ser sincero conmigo mismo a la hora de ver mis pecados y fallos? ¿Soy sincero también con mi Director Espiritual para que me pueda ayudar en la lucha de cada día?

- ¿Me apoyo en la ayuda de la Virgen María? ¿Le invoco con frecuencia a lo largo del día?


TEXTO

Después que Juan fue preso, marchó Jesús a galilea; y proclamaba la Buena Nueva de Dios: `El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva´" (Mc 1, 15). "Cristo, por tanto, para hacer la voluntad del Padre, inauguró en la tierra el reino de los cielos" (LG 3). Pues bien, la voluntad del Padre el "elevar a los hombres a la participación de la vida divina"(LG 2). Lo hace reuniendo a los hombres en torno a su Hijo, Jesucristo. Esta reunión es la Iglesia, que es sobre la tierra "el germen y el comienzo de este Reino" (LG 5).

Cristo es el corazón mismo de esta reunión de los hombres como "familia de Dios". Los convoca en torno a él por su palabra, por sus señales que manifiestan el Reino de Dios, por el envío de sus discípulos. Sobre todo, él realizará la venida de su Reino por medio del gran Misterio de su Pascua: su muerte en la cruz y su Resurrección. "Cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí" (Jn 12,32). a esta unión con Cristo están llamados todos los hombres (cf. Lg 3).

Todos los hombres están llamados a entrar en el Reino. Anunciado en primer lugar a los hijos de Israel (cf. Mt 10, 5-7), este reino mesiánico está destinado a acoger a los hombres de todas las naciones (cf. Mt 8, 11; 28, 19). Para entrar en él, es necesario acoger la palabra de Jesús:

La Palabra de Dios se compara a una semilla sembrada en el campo: los que escuchan con fe y se unen al pequeño rebaño de Cristo han acogido el Reino; después la semilla, por sí misma, germina y crece hasta el tiempo de la siega (LG 5).

El Reino pertenece a los pobres y a los pequeños, es decir a los que lo acogen con un corazón humilde. Jesús fue enviado para "anunciar la Buena Nueva a los pobres" (Lc 4, 18; cf. 7,22). Los declara bienaventurados porque de "ellos es el Reino de los cielos" (Mt 5,3); a los "pequeños" es a quienes el Padre se ha dignado revelar las cosas que ha ocultado a los sabios y prudentes (cf. Mt 11, 25). Jesús, desde el pesebre hasta la cruz comparte la vida de los pobres; conoce el hambre (cf. Mc 2, 23-26; Mt 21, 18), la sed (cf. Jn 4, 6-7; 19, 28) y la privación (cf. Lc 9, 58). aún más: se identifica con los pobres de todas clases y hace del amor activo hacia ellos la condición para entrar en su Reino (cf. Mt 25, 31-46).

Jesús invita a los pecadores al banquete del Reino: "No he venido a llamar a justos sino a pecadores" (Mc 2, 17; cf. 1 Tm 1, 15). Les invita a la conversión, sin la cual no se puede entrar en el Reino, pero les muestra de palabra y con hechos la misericordia sin límites de su Padre hacia ellos (cf. Lc 15, 11-32) y la inmensa "alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta" (Lc 15, 7). La prueba suprema de este amor será el sacrificio de su propia vida "para remisión de los pecados" (Mt 26,28).

Catecismo de la Iglesia Católica, 541-545.

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